1iAleluya!
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte* firmamento.
2Alabadlo por sus proezas,
alabadlo en su fuerte* firmamento.
2Alabadlo por sus proezas,
alabadlo
como pide su grandeza. *
3Alabadlo tocando la trompa,
3Alabadlo tocando la trompa,
alabadlo
con arpas y cítaras.
4Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con la cuerda y las flautas.
5Alabadlo con platillos sonoros,
alabad lo con platillos vibrantes.
4Alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con la cuerda y las flautas.
5Alabadlo con platillos sonoros,
alabad lo con platillos vibrantes.
6Todo
ser que alienta alabe al Señor. ¡Aleluya!
150 El
salterio termina con un himno a toda orquesta. Paralelo del
"firmamento" es el templo celeste. Se diría que el orante piensa en
los ángeles, como Sal 148,2; al final alaban todos los seres vivos, es decir, en
la tierra.
La
palabra cede el puesto a la música instrumental: cuerda, viento y percusión. Implícitamente
el salmo aprueba el artificio humano que tempera y armoniza los sonidos del
universo. Por eso extraña la oposición de los Padres a la música instrumental. El
creyente puede encomendar a los instrumentos la expresión de sus sentimientos
religiosos, ahorrándose palabras o compensando misteriosamente su pobreza y
limitación. Una gigantesca y gloriosa tradición de música religiosa empalma con
el último salmo del salterio. Como la música instrumental estiliza sonidos, así
la danza estiliza movimientos humanos, los ordena en ritmos, los combina
en figuras. Y todo se ofrece a la divinidad como espectáculo en su honor.
150,1 •
O: sólido.
150,2 •
O: por su inmensa.
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